Lo del estafador Francisco Nicolás Gómez constituye una buena lección de psicología social, y de sociología, y de ciencia política.
Para lo bueno, porque demuestra que la gran mayoría de la gente confía en los demás, en lo que dicen de sí mismos, en su honradez y sinceridad.
Y esa confianza es fundamental para el buen funcionamiento de la sociedad.
Lo que no impide la cara de idiota que se le queda al engañado, es decir, a todos esos que ahora son exhibidos en las fotografías con el estafador.
Pero en esta primera clase de idiotas entramos casi todos.
Por mera cuestión de educación, la inmensa mayoría accede a fotografiarse con quien se lo pide, y no exige informes de las personas que se sientan a su lado en un lugar publico.
Otra cosa es la segunda clase de idiotas, la de todos aquellos que concedieron protección con escoltas, o invitaciones a actos diversos, hasta la mismísima Casa Real, o concertaron reuniones, o le prestaron dinero, sin comprobar la identidad y los datos sobre el estafador.
En esta segunda clase de idiotas hay mucha confianza en los demás y demasiado descuido en el trabajo.
Y hay, además, una tercera clase de idiotas, la más lamentable de todas.
La que, conociendo todos los datos sobre el estafador, no tendrá problema moral alguno a partir de ahora en entrevistarle, hacerle reportajes, publicarle un libro, o cualquier otra cosa que lo convierta en un personaje de los medios de comunicación.
Se trata de los idiotas morales.
Y estos no tienen remedio alguno.
Ni mucho menos excusa o mínima justificación. Y pronto entrarán en acción.
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