"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

martes, 21 de abril de 2015

Carta esperanzada a un joven argentino

Por Marcos Aguinis   | LA NACION

Treinta y tres años después de publicar Carta esperanzada a un General, te escribo a vos.
Aquella apareció bajo el peso de una dictadura y mi editorial, asustada, consultó con sus abogados antes de imprimir el libro, porque era una temeridad.
Ahora sigue siendo una temeridad esta nueva carta:
Mis palabras corren el riesgo de confundir deseos con hechos reales, puntos de vista objetivos con nubes de pasión.
Además, nos envuelve un clima de hostilidad entre quienes piensan diferente.
En aquel entonces quería que los generales entendieran y cambiasen. Ahora tengo la expectativa de que las nuevas generaciones también entiendan los errores de las pasadas e impulsen el imprescindible cambio.

Existe la probabilidad de que se abran los dorados pórticos de un cambio trascendental.
Que no sólo haya una simple mutación de gobierno, sino de régimen.

Transitamos un año levantisco.
Supongo que en eso estamos de acuerdo.
Pero, ¿abandonaremos el océano populista que degradó nuestra república, envenenó la moral y cambió la cultura del esfuerzo por la cultura de las dádivas?

En la Argentina existen y han existido mucpor pestes bíblicas ni quemados por la lava de los volcanes. Nos hundimos por propia voluntad.

Tengo la esperanza de que me entiendas.
Nuestra historia es breve, sí, porque luce tan sólo dos siglos de vida independiente, con un somnoliento prólogo colonial.
Pero la vida independiente estuvo caracterizada por conflictos sangrientos entre proyectos ilustrados -verdaderamente progresistas- contra los que preferían el corral de la infancia pretérita.
La infancia pretérita es el pater familias, el caudillo omnipotente e infalible, el servilismo a cambio de la protección, la lealtad en vez del mérito, una corrupción sin límites ni vergüenza, el facilismo, la ganancia fácil y malhabida, la descalificación de los adversarios, el silenciamiento de la prensa, la devastación de las instituciones que garantizan la democracia, el anhelo de perpetuación, la hipocresía, el estímulo incesante del odio entre los ciudadanos.
Esto fue predominante en los tiempos de Rosas, las dictaduras militares y parte de los gobiernos peronistas (cualquiera haya sido su tendencia).
Los proyectos verdaderamente progresistas, al revés, buscan los modelos que miran hacia el futuro, que ponen a todos bajo límites de leyes sabias, parejas y estables, que jerarquizan el trabajo por encima de las limosnas, que premian el esfuerzo y que, junto a cada derecho, ponen una obligación.

Ahora, desde el poder, se trabaja para clausurar las rutas del pensamiento crítico, de la iniciativa individual, de la decencia y el imperio de la ley.
No cesan los intentos de convertir a los legisladores en un ejército de obsecuentes y a muchos de los jueces y fiscales en encorvados siervos.
Estallan en la memoria historietas del Pato Donald y su Tío Patilludo, que gustaba zambullirse en piscinas llenas de billetes y dejaba caer sobre su cabeza una ducha con monedas de oro.
A la fortuna malhabida de quienes ahora detentan el poder corresponde añadir intereses, sueldos, alquileres, coimas, obsequios, ingresos por el juego, narcotráfico, nuevas obras públicas, hoteles y lavado de dinero.
La realidad que padece la Argentina excede el disparate.

El gobierno (o desgobierno) actual, pese a su agonía convulsa, es aún apoyado por millones.
Continúa el "lavado de cerebro" inventado por la genial maquinaria propagandística de Goebbels.
Y continúa atornillándose con ñoquis, más empleados públicos y más promesas.

Es penoso observar los discursos presidenciales por la cadena nacional.
Digo observar y no escuchar, porque lo que ella dice -con contradicciones, soberbia y el esfuerzo de imitación a la vocinglería tropical de Hugo Chávez- será material de realismo mágico dentro de poco.
Deprime ver a hombres y mujeres convertidos en aplaudidores y sonreídores indignos que festejan hasta sus errores.
Lo mismo vale para legisladores, gobernadores, intendentes, gremialistas y ciertos magistrados que se someten a un poder que a fin de este año será reemplazado por otro.
¿Tanto les cuesta mirar el horizonte?

Desde las altas esferas se intenta proteger a los corruptos.
Si "siempre se roba", pocas veces se ha robado como en esta última "década ganada".
Se crean medidas para borrar el pecado de fraudes, sobornos y extorsiones.
Basta comprobar que instrumentos públicos como la Inspección Nacional de Justicia, la Unidad de Información Financiera y distintas cámaras de la Justicia se han convertido en aparatos encubridores del delito en lugar de servir a la transparencia.

En este aquelarre de despropósitos, ineficiencia administrativa, incoherencia y embustes, se nos está deshaciendo la república.
Mi esperanza radica en que los jóvenes tomen conciencia y nos ayuden a cambiar la realidad.

El próximo gobierno se encontrará con enormes dificultades.
La mitad de los actuales diputados seguirá en sus mullidas bancas después del 10 de diciembre.
En el Senado -donde sólo rotarán los representantes de ocho provincias- 48 de sus 72 miembros permanecerán en su sitio.
Pero, esto no significa que continuarán obedeciendo las mismas órdenes.
Puede que decidan mutar de bando, lo cual nos espolvorea con una esperanza adicional.
No obstante, ninguna fuerza política, por bien que le vaya en las elecciones, podrá imponerse por sí sola.
Esta situación forzará el nacimiento de un clima parlamentario con negociaciones permanentes, cuyo ejercicio fue casi nulo en las últimas décadas.

La Argentina no tiene una tradición parlamentaria importante, sino caudillesca.
Está acostumbrada a seguir a un líder, más que a un programa.
Las grandes decisiones que se necesitan para combatir la inflación, la delincuencia, el narcotráfico, la inseguridad, la decadencia educativa, el crecimiento de la pobreza, la ineficiencia de la burocracia y el déficit fiscal, requerirán amplios acuerdos.
La nación entera deberá seguir los debates y apoyar las decisiones racionales, para que puedan llevarse a cabo.
La resistencia de muchos será furibunda, porque duele perder privilegios, aunque sean inmorales.

Ahí reside tu misión, joven argentino.
Ayudar a que no nos amilanen los desafíos, sino convertirlos en emblemas del coraje.
Entender qué es lo que está mal y combatirlo.
Desprenderse de los beneficios de corto plazo, equivalentes a los espejitos de colores, y optar por los grandes beneficios que coronan el sostenido esfuerzo de una nación decidida a repechar la cuesta.

El objetivo es claro:
Una Argentina potente, ética y ejemplar.
No dadivosa, sometida y corrupta..

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