Los
hechos, sean naturales o del quehacer humano, y los actos de los hombres dejan
huellas que se manifiestan en el espectro social con actitudes de aprobación,
rechazo, dudas, cambio o confirmación de comportamientos y conductas que
afectan a todos.
La
actitud que adopte la sociedad al respecto, será la señal que indicará como
impactó el hecho y también un índice de la forma y la normalidad en la que se
está desarrollando la sociedad en ese momento.
La
muerte del fiscal Nisman, puesta otra vez en el candelero, después de dos años,
es una clara señal de enfermedad moral y psíquica que padece la sociedad
argentina, desde hace décadas.
Sólo
el hecho de la muerte en circunstancias dudosas de un Fiscal de la República,
ya es de una gravedad institucional enorme.
La
reacción de la sociedad argentina ante el hecho no fue acorde con dicha
gravedad, y todavía se sigue discutiendo si es necesario investigarla o cerrar
el caso y darlo por terminado, a lo cual mucha gente adhiere.
La
historia nos recuerda la muerte de Bordabehere en el Congreso y la repercusión
que tuvo.
Pero
hay algo más en esta situación, el fiscal investigaba el atentado terrorista
más terrible de la historia argentina, y dos días antes había acusado a las mas
altas autoridades del Estado, presidente y canciller, de traición a la patria,
por encubrimiento del atentado en connivencia con las autoridades iraníes.
No
era solo una sospecha, era una denuncia fiscal, fundada como en derecho se
debe, que según Nisman estaba probada y por eso quería presentarla ante el
Congreso de la Nación.
Ese
sólo hecho en una sociedad normal, hubiera significado que por dignidad los
denunciados, se apartaran de su cargo, aceptaran ser juzgados y se atuvieran a
las consecuencias del juicio, siendo confirmada la denuncia o desestimada y
guardar su buen nombre y honor.
Recuerdo
el caso de la sucesión Bencich, donde en un programa televisivo se insinuó que
el juez y el secretario podrían haber sido arreglados, y ambos renunciaron a su
cargo, la Corte los puso en disponibilidad y se les hizo un sumario, del cual
salieron absueltos.
Al
ser notificado, el juez subiendo la escalinata del Palacio de Justicia, fue
requerido por el periodismo diciendo que tenía razón, era inocente y cuando
volvería al Juzgado.
A
lo que contestó que no podía volver, porque el que litigara en su Juzgado
sabría que iba a ser juzgado por un juez sospechado de corrupto, y que garantía
le podía dar. Por supuesto no volvió a su cargo.
Nuestra
sociedad, en su conjunto, a pesar de las excepciones, que todavía no pudo
torcer el destino, banalizó la situación; la muerte de Nisman fue investigada
como el robo de una papa, se contaminó la escena, se perdieron pruebas, y se
dilapidó el tiempo, factor más que importante en cualquier investigación.
Se
minimizó la acusación, diciendo que eran actitudes golpistas y opositoras, y
que la convalidación del voto popular a las autoridades saneaba su condición.
Como
si el voto popular justificara cualquier conducta, y por ser electo uno
pudieran hacer cualquier cosa, que de hecho en nuestro país sucede, ya que hay
personajes inimputables, que cometen acciones delictivas que a cualquiera de
nosotros nos llevaría a juicio y a la cárcel, pero a ellos, que están mas allá
del bien y del mal, no los mosquea.
Hay
una frase de un personaje muy popular que decía “se igual”.
Cuando
la sociedad funciona con actitudes diferenciales, con valores que escapan a la
moralidad y dependen de quien los haga, cuando se prioriza la fama, el dinero y
el poder, por sobre los valores auténticos del hombre, es porque hay una
enfermedad moral grave, y que puede convertirse en crónica con el paso del
tiempo.
Porque
a todo se acostumbre el ser humano:
Dicen
los biólogos que cualquier organismo que levante la cabeza y lo golpeen a la
tercera o cuarta vez no la levanta más.
¿Qué
sociedad queremos los argentinos?
Una
sociedad que priorice los valores éticos, o una sociedad que priorice el poder,
la plata y la fama.
Quizás
una sociedad donde la plata es sagrada como piensa mucha gente, o una sociedad
donde el hombre, la vida, la dignidad son sagradas.
El
caso Nisman puede disparar un cambio profundo en el sentir y el accionar de los
argentinos, o seguir este largo camino de décadas de mediocridad y enfermedad
social.
Elias
Domingo Galati
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