José
Vicente Pascual
Fuente:
El manifiesto.com
La
mujer proletaria, dueña de su cuerpo y, más o menos, de su prole, ya no tiene
porqué ser tan dueña de su prole ni de su cuerpo.
Puede
alquilarse.
En
las economías esclavista y feudal, los proletarios (del latín proletarius,
derivado de proles), sólo eran dueños de su cuerpo y su descendencia.
Por
eso los hijos venían al mundo con un pan bajo el brazo: a los seis o siete años
ya se les podía poner a trabajar. Las niñas y las mujeres lo tenían un poco más
complicado.
O
se quedaban en casa a faenar, cumplir en el lecho y fabricar prole, o se
dedicaban a la mala vida.
Eso sí, eran dueñas de su cuerpo, como todos los
proletarios que en el mundo han sido.
El
capitalismo, por aquello de que venía bendecido por la revolución ilustrada,
los derechos humanos y el bla, bla del progreso, adornó un poco la situación.
Además
de dueños de su cuerpo y su prole, los peones de la historia tenían derecho a
cambiar de residencia cuando quisieran (ya no pertenecían a la tierra, como los
arados y los sacos de trigo).
Podían
establecerse por su cuenta e incluso soñar con pequeños ascensos en la escala
social.
El
amo les pagaba dos cobres por su trabajo, y allá te las compongas:
Busca
techo, compra ropa y alimentos para tu familia, cuida de la salud y educación
de los tuyos.
Ahorra
si te atreves.
Sé
libre.
La
libertad, ante todo.
Cuatro
siglos de ilustración y libertad, de conquistas sociales, desembocan hoy (qué
oportuno) en el debate sobre las madres subrogadas, lo que desde hace tiempo se
conoce como “vientres de alquiler”.
La
mujer proletaria, dueña de su cuerpo y, más o menos, de su prole, ya no tiene
porqué ser tan dueña de su prole ni de su cuerpo.
Puede
alquilarse.
Puede
subrogar su capacidad de concebir y parir.
Puede
traer hijos al mundo para disfrute de parejas necesitadas (heterosexuales o de
la alegre muchachada LGTB, no discriminemos) que estén
en condiciones de pagar el capricho.
Muy
digna no suena la cosa, ni que se presente como pura transacción comercial ni
que se introduzca eufemísticamente la excusa de parir para terceros de manera
“altruista”.
Cuando esté
aprobada la ley, ya verán ustedes cuántas paridoras altruistas aparecen de la
noche a la mañana.
Lo
que se mueva por debajo de la mesa…
Eso
ya es asunto entre particulares.
Aunque
no sé qué hago yo hablando de estos asuntos, pues ni soy mujer ni lo he sido
nunca.
Ellas
paren, ellas deciden.
Lo
lógico: acabarán decidiendo (porque ley va a haber: al tiempo) que están en su
derecho de dejar de decidir sobre su cuerpo y prole.
Así son el
progreso y el libre mercado.
Y
la necesidad, que aprieta lo suyo.
La
mujer paridora profesional es el nuevo/antiquísimo paradigma de la especie
sometida.
Para
este fin de viaje y estos resultados, no hacía falta tanto ruido ni tantísimas
alforjas.
Ya
lo dijo quien lo dijo:
Maldita,
insensata idea la de acabar con el Imperio romano.
En
tiempos de los césares, sólo un valor no se podía arrebatar a los esclavos de
nacimiento o por captura:
La dignidad.
Veintiún
siglos más tarde, hay que admitirlo:
La
dignidad era verde y se la comió un burro.
Y
ni siquiera recordamos ni nos apetece recordar cuando sucedió el percance.
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