“No
me importaba aparecer como inteligente o limitado sino aprender la lección para
dirigir mejor la acción de gobierno”. Roberto Augusto Ulloa
Mauricio
Macri comenzó su período con un par de zapatos tan bien lustrados que permitían
reflejar, bajo las faldas de Cristina,
las negras intimidades del kirchnerismo.
Fue
una pena que ese panorama estuviera restringida sólo al Presidente y su círculo
más íntimo, y que nadie (seguramente por consejo de Jaime Durán Barba) se tomara
el trabajo de mostrárselo a la ciudadanía, que así se vio impedida de percibir
la catastrófica magnitud de la herencia que la noble viuda había dejado.
Para
cualquiera medianamente avisado, era natural y justificado que, a medida que el
Gobierno caminara por los encharcados senderos económicos y políticos, el
brillo se iría apagando, como sucede con todos los regímenes cuando termina la
luna de miel que acompaña sus comienzos.
Pero
nadie pensaba que Macri se vería obligado a quitarse de apuro los zapatos y
calzarse las chancletas para recular.
Tengo
certeza de la buena fe y la honestidad del Gobierno y, cada vez que me
desesperan algunos de sus actos, pienso qué sería de nuestro país si quienes
hoy estuvieran sentados en la Casa Rosada fueran Daniel Scioli y Carlos
Zannini, acompañados desde La Plata por nada menos que Anímal Fernández.
Aún
así, me resulta imposible entender por qué actúa como lo hace.
Mauricio
sabe, desde que ganó la elección, que le tocaría gobernar sin mayoría en las
cámaras legislativas, y también sabe que la consecuente obligación de negociar
permanentemente es una de las piedras basales de la democracia.
Tuvo
enormes éxitos iniciales en la materia, ya que la oposición le permitió hacerse
con las leyes necesarias para salir del cepo cambiario, solucionar el tema de
los holdouts, contar con un presupuesto, etc.
Pero,
por ejemplo, si –como luego quedó demostrado- no necesitaba pasar por encima
del Congreso para que sus irreprochables candidatos a integrar la Corte Suprema
de Justicia fueran confirmados, ¿para qué recurrir a un decreto de necesidad y
urgencia que estuvo al borde de inhabilitarlos?
O,
si el feriado del 24 de marzo caerá en fin de semana los próximos tres años,
¿para qué “movilizarlo” si luego se retrocederá?
La
solución que encontró el Ministro de Comunicaciones, Oscar Aguad, para poner
punto final a la demorada cuestión del Correo Argentino, con su privatización
durante el menemismo y la absurda rescisión de su concesión por el
kirchnerismo, fue técnicamente correcta.
Sin
embargo, dado que el concesionario era una empresa perteneciente a la familia
Macri, padre, hermanos e hijos del Presidente, la forma en que se llevó a cabo
–ad referéndum de la Cámara Comercial- fue un monumental error político.
Para
enterrarlo, y puesto que estamos en un año electoral, no bastará con volver
–algo irreal- a foja cero, como dijo Mauricio al asumir acertadamente la
responsabilidad del Gobierno en el cuestionado trámite…
La
oposición, que siempre y en cualquier época es salvaje, se ocupará de ello.
La modificación
de la fórmula de cálculo de los incrementos jubilatorios, un cambio ajustado a
la ley vigente, fue otra equivocación mayúscula, en especial por la oportunidad
en que fue comunicada, una semana en que se produjeron fuertes aumentos
–también justificados- en peajes, medicina prepaga, etc., y anuncios de futuras
subas en precios de combustibles.
Nuevamente,
Macri retrocedió, pero sólo cuando el enorme costo político ya había sido
pagado.
La
tercera mala señal fue todo el recorrido del acuerdo firmado por el gremio de los
bancarios con la patronal, que el Gobierno pretendía no homologar porque supera
la pauta máxima de incremento salarial que pretende para todas las paritarias,
alineándolas con la inflación prevista.
Ante la amenaza
de una huelga de tres días hábiles, debió también recular y aceptarlo.
El
próximo puente a cruzar serán las negociaciones con los sindicatos de maestros,
que vuelven a disfrazar su recalcitrante kirchnerismo con la defensa de la
educación, mientras perjudican dolosamente a los chicos más necesitados, a los
que utiliza como rehenes.
Lo
peor de esos sucesos es que lograron empañar un excepcional logro del Gobierno,
que consiguió que muchos argentinos confiaran tanto en el modo en que conduce
la economía como para invertir sus ahorros en bonos en pesos, a diez años y a
una tasa del 13%, todo ello en un cuadro mundial sumamente cambiante y
riesgoso.
Tengo
la impresión de que Macri no quiere asumir, de una vez por todas, el rol que la
sociedad le atribuye, y que le confió con sus votos en los mayores distritos
electorales del país.
Sigue
buscando la imposible simpatía del populismo demagógico en todas sus formas,
sea
el PJ mutante de Diego Bossio y Julián Domínguez,
el
Frente Renovador (¿reciclador?) del trashumante Sergio Massa,
el
GEN de la inconsecuente Margarita Stolbizer o en la trasnochada izquierda
nacional.
Habrá
que ver cuál será el costo que pagará por ello Cambiemos en octubre, cuando se
expresarán los muchos que eligieron un cambio en 2015 y hoy miran con
desilusión este errático rumbo.
No
soy quien para dar consejos a la coalición gobernante ni, menos aún al PRO
pero, desde mis setenta años muy vividos y con muchos adoquines pateados, me
permito sugerir a Cambiemos volver a reunirse en un retiro “espiritual” (tal
vez aprovechando el feriado carnavalesco), empaparse de calle y replantear su
errática gestión, su medrosa actitud frente a la oposición y la forma en que se
comunican las acciones de gobierno.
Macri
dijo muchas veces que, al llegar al poder, terminaría con el “curro” (sic) de
los derechos humanos pero,
ya
sentado en la Casa Rosada, tiembla ante las previsibles quejas de los
delincuenciales organismos que, a caballo de los sueños compartidos y de las
inexplicables indemnizaciones, sienten en riesgo su futuro:
Mamar irrefrenablemente
de la teta estatal y continuar la más abyecta venganza contra aquéllos que
impidieron que triunfaran en su guerra de terror y nos convirtieran en la Cuba
castrista.
La
pusilánime actitud del Gobierno ante la inaguantable existencia de presos políticos
en la Argentina,
cincuenta
y uno de los cuales han muerto desde el 10 de diciembre de 2015, obliga a
pensar que debiera recurrirse a un referéndum para preguntarle a la ciudadanía
si está interesada en enterrar el pasado y extender un manto de piadoso perdón
sobre todos aquéllos (incluyendo a César Milani, la más clara prueba de la
falsedad kirchnerista, su justicia “tuerta” y su manipulación de los derechos
humanos, que debieran amparar a todos los argentinos) que combatieron hace ya
cuarenta años.
Para
nuestra vergüenza, en Uruguay la pregunta se formuló dos veces y, en ambas, la
respuesta fue inequívocamente afirmativa.
Bs.As.,
18 Feb 16
Enrique
Guillermo Avogadro
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