La
oposición venezolana acaba de abandonar, para siempre, la la llamada "mesa
de diálogo" con el gobierno de Nicolás Maduro.
Emilio
J. Cárdenas
La
insensatez aproxima cada vez más a Venezuela al caos
Auditoría
de Libertad Económica en Venezuela
Aquella
que se abriera en octubre del año pasado, bajo el impulso del Papa Francisco y
de la UNASUR, con la participación de un enviado del Vaticano y de tres ex
presidentes izquierdistas: el español José Luis Rodríguez Zapatero, el panameño
Omar Torrijos y el dominicano Leonel Fernández.
Un capítulo de
la larga tragedia que vive el pueblo venezolano está “cerrado” y no se
volverá a abrir.
El
experimento, en el que realmente muy pocos creían, ha quedado en la nada.
Fracasó.
Técnicamente,
por la falta total de mecanismos de verificación y de garantía del cumplimiento
de los compromisos asumidos por las partes.
En realidad,
porque el gobierno de Nicolás Maduro jamás pensó en cumplir nada de lo que
pudiera prometer y estaba tan sólo interesado en ganar tiempo para descomprimir
la presión que llegaba desde las calles de Venezuela, ejercida por
un pueblo agobiado por la escasez de todo y asfixiado por el pisoteo alevoso de
sus libertades esenciales.
Pretendía
suspender las protestas e impedir el referendo revocatorio que habría
desalojado del poder a Maduro, remplazándolo por quien decidieran las urnas.
Y logró ambos
objetivos.
Y
desalentó al pueblo, que estaba entonces motivado y que hoy está agotado por
los constantes golpes que recibe y la escasez de todo.
A
fojas uno, entonces.
La
Mesa de la Unidad Democrática se mantiene como unificadora del discurso y la
acción de la oposición.
Pero
ha sido engañada, por ingenua.
Y,
en rigor de verdad, derrotada por un gobierno marxista perverso, cuya palabra
vale muy poco.
¿Sorpresa?
No.
Ya
en diciembre el Vaticano había llamado formalmente la atención al gobierno de
Maduro por su falta de cumplimiento de lo que había prometido y la propia Mesa
de la Unidad Democrática había advertido que, si no se liberaba a todos los
presos políticos, el diálogo por cierto no continuaría.
Y ha sido así.
Con
sólo recordar al corajudo opositor Leopoldo
López, que continúa en su duro cautiverio, es más que suficiente para acreditar
el engaño evidente del gobierno de Nicolás Maduro.
A
los venezolanos y a todos por igual.
Deplorable,
pero es lo que ha sucedido.
Los dos
presuntos compromisos “de honor” alcanzados en la mesa de negociaciones están
incumplidos.
Pese
a que el gobierno de Maduro liberó a algunos presos políticos, mantiene a
docenas en sus cárceles.
No
sólo eso, ha recomenzado las persecuciones, llevando nuevamente a la cárcel al
general Raúl Baduel y encerrado, además, a otro dirigente opositor: Gilber
Caro.
Y sobre el
calendario electoral, ni noticias.
Con
el descaro de siempre Nicolás Maduro -y
sus asesores cubanos- desactivaron exitosamente una situación social que,
para ellos, se había vuelto particularmente peligrosa.
Para
ello dinamitaron el diálogo, como era previsible.
La
oposición deberá reactivar las protestas sociales.
No
será nada fácil.
El aparato
represor de Nicolás Maduro es enorme y muy eficiente.
El
cansancio, el desánimo y la desesperanza se han apoderado de muchos en una
lucha absolutamente desigual.
Mientras
tanto, Nicolás Maduro hace lo que se le da la gana.
Ha
postergado las elecciones de gobernadores que manda la Constitución, consciente
de que en ellas sería derrotado estrepitosamente.
Ha
dejado además sin fondos a la Asamblea Nacional, esto es al Poder Legislativo,
controlado por la oposición, pero sin dientes.
Mantiene presos
a sus enemigos políticos.
Cercena
los derechos humanos y las libertades esenciales de sus connacionales.
Controla
a las Fuerzas Armadas de su país, algunos de cuyos más altos jefes están
acusados de estar vinculados con el narcotráfico.
Y se aferra al
poder, hasta ahora con éxito.
Estamos
entonces de regreso al momento en que, a fines del año pasado, se iniciara un
diálogo sin futuro.
En
realidad, estamos peor que antes, porque la avenida del diálogo está cerrada.
Como
dice el título de estas reflexiones, “no hay peor sordo del que no quiere oír”.
Pero
además no hay peor equivocación que apostar a la buena fe de quienes
manifiestamente no la tienen.
Esto
es lo que pasó.
No
sólo los voluntariosos mediadores se equivocaron.
También
quienes creyeron en lo que en rigor era un sueño imposible desde su primer
minuto:
Negociar
con Nicolás Maduro, asumiendo su buena fe.
La oposición,
fragmentada y, peor, muy dividida por las ambiciones personales de muchos de
sus dirigentes, deberá asumir la parte de responsabilidad que le cabe en este
desgraciado fracaso, que prolonga indefinidamente el sufrimiento cotidiano del
pueblo venezolano.
La
región debe, por su parte, defender ahora los derechos humanos y libertades
esenciales de los venezolanos y denunciar el acoso de Nicolás Maduro a la Asamblea
Nacional, avasallando la Constitución y desnaturalizando su misma esencia, la
del poder que más y mejor representa al pueblo, hoy controlado por la
oposición.
Maduro
lo está, paso a paso, convirtiendo en apenas un “eunuco”.
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