Escribe
Jorge Lanata:
"Conocer
la historia, no sólo tener memoria"
Nadie
tiene que contarme la dictadura:
¡La
viví!
Tenía
16 años aquel 24 de marzo y trabajaba en Radio Nacional, de donde me fui
porque, a los pocos meses, me prohibieron pasar un tema musical porque decía la
palabra "pobre”.
Viví
los libros prohibidos, los Falcon en la calle, el delirio festivo del Mundial
78, la guerra de Malvinas en las colectas de la televisión.
Estuve
en aquella marcha de la CGT, la primera, y me tocó cubrir después, para Radio
Belgrano, el Juicio a las Juntas:
Empezamos
cientos de periodistas y terminamos menos de cuarenta.
Era
desolador estar ahí, día tras dia.
Ahí
escuché a Rudger, Rádice, de los grupos de tareas de la Armada, decir:
“Yo sólo
disparaba contra blancos móviles”.
Y
escuché a un militante del Partido Comunista relatar que, mientras lo llevaban
secuestrado a la ESMA, mostró el carnet del partido y lo liberaron de
inmediato.
Leí el Nunca Más
hasta que el estómago me lo permitió y trabajé muchos años ayudando a “los
organismos” en lo que se podía.
En
esos años, mirándome a los ojos el represor Osvaldo “Paqui” Forese me dijo:
“Los
caminos de Dios son insondables”, mientras acariciaba su rosario blanco de la
Triple A.
Y
un general de Inteligencia del Ejército, años después, me advirtió en la semana
posterior a La Tablada:
“A usted,
Lanata, el Ejército le ha hecho la cruz”.
Nací
y crecí en ese túnel.
Y
vi en las últimas tres décadas como aquellos hechos se sacralizaron.
El
gobierno K escribió una historia oficial de la que estaba prohibido apartarse.
Vi
también como los organismos se declararon acreedores morales de la Argentina,
como
algunos de ellos se prostituyeron por dinero o poder y como un sector de esta
sociedad siguió y sigue viviendo con aquel pasado en su presente continuo.
"No
se puede vivir pensando siempre en el Holocausto, pero tampoco puede vivirse
como si nunca hubiese existido", dijo Simon Wiesenthal.
Hoy,
a cuarenta y un años del golpe, más de dos mil militares y civiles pasaron por
tribunales con cargos de delitos de lesa humanidad…
Casi
setecientos están condenados (300 cumplen la pena en cárceles comunes), 1100
están procesados (320 en penales comunes) y 315 murieron en cautiverio.
Otras
causas en trámite avanzan con regularidad.
Familiares
de desaparecidos, ex presos y exiliados cobraron importantes indemnizaciones en
distintos gobiernos y las Abuelas siguen buscando a sus nietos, de los que
recuperaron a 121.
Nadie
puede sentirse del todo reparado –cualquier pérdida es irreparable- pero se ha
avanzado hacia cierto estado de justicia.
El
problema hoy, cuarenta y un años después, cuando la mitad de quienes están
leyendo ni siquiera habían nacido, es que la supuesta superioridad moral de las
víctimas se ha trasladado a la política cotidiana.
El
viento setentista que cubrió la década robada reinstaló una versión maniquea de
la historia que dificulta llegar a verdad alguna.
Aquella
sorpresa estalló en la cara del gobierno cuando Tzvetan Todorov, el pensador
francés de origen búlgaro, fue invitado a visitar el Parque la de Memoria y las
instalaciones de la ESMA.
Todorov
escribió semanas después en El País de Madrid que “una sociedad necesita conocer la
historia, no solamente tener memoria”.
Y
señaló que en ninguno de los sitios que visitó vio “el menor signo que
remitiese al contexto en el cual, en 1976 se instauró la dictadura”.
“Los
montoneros y otros grupos de izquierda –sigue Todorov - organizaban asesinatos
de personalidades políticas y militares que a veces incluían a toda su familia,
tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate, volaban edificios públicos y
atracaban bancos (…)
No
sugiero que la violencia de la guerrilla sea equiparable a la de la dictadura:
Las
cifras son, una vez más, desproporcionadas, sino que además los crímenes de la
dictadura son particularmente graves por el hecho de ser promovidos por el
aparato del Estado, garante teórico de la legalidad.
Como
fue vencida y eliminada no se pueden calibrar las consecuencias que hubiera
tenido la victoria de la guerrilla.
Pero
a título de comparación podemos recordar que más o menos en el mismo momento,
entre 1975 y 1979, una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en
Camboya.
El
genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón y medio de
personas, el 25% de la población del
país.
“Las
víctimas del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas,
representan el 0,01% de la población".
"No
se puede comprender el destino de esas personas sin saber porque ideal
combatían ni de qué medios se servían –advierte Todorov- (…) han sido reducidas
al papel de víctimas meramente pasivas que nunca tuvieron voluntad propia ni
llevaron a cabo ningún acto (…)
La
manera de presentar el pasado en estos sitios de memoria ilustra la memoria de
uno de los actores del drama,
el de los
reprimidos.
“Pero
no se puede decir que defienda eficazmente la verdad, ya que omite parcelas
enteras de la historia”.
Recordamos
hoy una de las épocas más oscuras de nuestra historia, pero no podemos,
sinceramente, evaluarla sin prejuicios, frases hechas y datos parciales.
La
“autocrítica” militar fue formal y escasa y la de los guerrilleros, casi
inexistente.
“Sin
perdón no hay futuro, pero sin confesión no puede haber perdón”, definió el
obispo Desmond Tutu al proceso de Promoción de Unidad Nacional y Reconciliación
en Sudafrica.
Allí
,durante más de un año, víctimas y victimarios se enfrentaron cara a cara en
cadena nacional.
Y
debían decirse la verdad.
El
“Ubuntu” es un concepto ético:
Yo
soy porque nosotros somos", se traduce.
Argentina
es el país donde las heridas no cierran nunca.
Deberíamos
aprender, cuarenta y un años después, que no hay muertes justas.
Y que la muerte
es injusta por definición.
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